Cuando era niño acompañaba a mi abuela Carmen en el ritual diario de preparar el pan que amorosamente amasaba con sus callosas manos, ásperas de tanto trabajo, pero hermosamente suaves al momento de acariciarme o acariciar a mis hermanos.

En su juventud había sido cocinera en el restaurant de un prestigioso hotel. De eso años ella había adquirido conocimientos valiosos que sumados a su natural capacidad para la gastronomía la convirtieron en una exquisita cocinera, muy capaz. Con ollas y sartenes era muy habilidosa, también en las artes de amasar el pan y las ricas pizzas que ella nos preparaba amorosamente y disfrutábamos en familia los días sábados…día de las pizzas de la nona.

Mi abuela era de carácter hosco y nunca permitía que nadie estuviera presente mientras amasaba el pan o cocinaba en su antigua cocina a leña. Pero yo era su debilidad, y disimulando enojo y protestando falsamente, ponía cara de resignación y arrimaba un banco de madera para que me subiera encima y quedara a una altura apropiada de la mesa.


 Yo intuía que por dentro estaba contenta de tenerme a su lado y la prueba era que al instante comenzaba a tararear una canción mientras se afanaba en los preparativos previos con una sonrisa en los labios. Eso sí…a cada momento me miraba de reojo para ver si le desordenaba los utensilios o hacia lio con la harina. Siempre tenía presto en sus labios un reto que era simplemente para dejar sentado que ella era reina y señora de la cocina y no permitiría desorden alguno.
                                           
Desde ese sitio privilegiado podía  observar el proceso con el cual sus manos transformaban la blanca harina en una masa sedosa y elástica que luego horneaba en un horno a leña en el patio de la casa. Para mí el momento mágico era cuando la “nona” Carmen abría la pesada puerta del horno y el patio de la casa quedaba impregnado del delicioso aroma a pan recién horneado, recuerdo  que en esos breves instantes sus cansados ojos brillaban de satisfacción porque con solo oler,  ella sabía que la hogaza de pan estaría deliciosa y con mal disimulado orgullo repetía una frase que hice mía y en la actualidad la pronuncio muy seguido. Ella sentenciaba: 

“Yo no cocino pan…yo pinto acuarelas”. 

 Pasaron muchos años para que me diera cuenta del sentido que ella le daba a esa frase.

 -.Tenias mucha razón nona…vos eras una artista en lo tuyo.


Han pasado muchos años desde esos gratos momentos y aun conservo en mi memoria y mis sentidos el inconfundible aroma que despedían los panes de la nona. Fui creciendo en un entorno agradable y muy feliz y mientras yo crecía mi nona fue envejeciendo más y mas, sus movimientos eran más lentos y le costaba ver bien, su carácter se puso más hosco, pero nunca dejo de transmitirme enseñanzas. Estas enseñanzas forman parte de mi personalidad y cimentaron mis valores juntos con los inculcados por mis padres.

Mi abuela también fue el artífice de mi actual profesión, pues por esas vueltas de la vida quiso el destino que en la actualidad mi medio de subsistencia sea la gastronomía. Para ello abandoné una promisoria carrera en el rubro automotor y me dedico a la elaboración de las mismas exquisiteces que elaboraba mi nona. Lo mío si bien es un negocio tiene como base fundamental elaborar cada producto con amor, el mismo amor que ponía la abuela cuando cocinaba, ese es el “secreto“mas valioso que me legó y la clave del éxito que me acompaña.

Mi abuela también me dejó una enseñanza que cumplo religiosamente. Ella compartía el pan con sus vecinos y me decía: “Usted nunca se olvide que dar y compartir el pan hace que este vuelva multiplicado” y mientras decía eso envolvía una hogaza con un lienzo a cuadros para regalársela al vecino más cercano.

Pasaron los años y ya en mí adolescencia no necesitaba usar el banco para estar a la altura de la vieja mesa de madera, mi abuela acusaba sus años y sus movimientos eran más lentos y gradualmente me permitió que le ayudara y fue así que me trasmitió uno a uno los secretos que son ahora la base del éxito de mi cocina.

Siempre me tomaba un tiempo para acompañarla y empaparme de su sabiduría, aunque su cuerpo no le ayudaba en su vejez, su mente lúcida y con una memoria prodigiosa hacían que las tardes en su compañía fueran los momentos más gratos del día. 

 Quise guardar el grato recuerdo de su presencia, rezongando por tal o cual cosa, protestando por esto y aquello, esa imagen de mujer fuerte, férrea en sus valores y borré de mi memoria los momentos de sus últimos meses de vida cuando ya todos presentíamos su partida.

Mis padres siempre se preguntaron cuál era el vínculo emocional entre la nona y yo, si ella era una mujer difícil de tratar. Creo que ella mantuvo ese secreto siempre para que nadie invadiera nuestra relación tan particular y era el lenguaje de nuestras miradas. Con ella aprendí también eso, el mirar de frente, directo a los ojos de mi interlocutor y prestar atención a sus palabras, ella me enseñó a reconocer en las miradas el alma de una persona, a leer intenciones que no se condicen con lo expresado por los labios en determinado momento.

Hoy no sé por qué raro misterio vinieron a mi mente estos recuerdos, pero estoy feliz de poder recordarla y dejar aquí en el blog un retazo de mi infancia que dejó una marca indeleble en mí ser, marca que llevo con orgullo.

Abuela

Reflejarme en la claridad de tu mirada era como despertar a la realidad,
era el silencio cómplice, era el grito silencioso que expresaba
mucho más que una palabra de amor y comprensión.
Abuela, quiero ser parte indivisible de tu ternura,
Para poder  sumergirme en el recuerdo grato
De la placidez de tu sonrisa.


Fuiste junto a mis padres el artífice principal de mi destino, te extraño mucho.

                                                                                         


Un golpe bajo según dice una de sus definiciones, “es una acción dañina e intencionada contra una persona o cosa”.
Un golpe de gracia “es un hecho o suceso que remata la desgracia o el infortunio de una persona”.
Ambos son dañinos y provocan mucho daño, ese daño a veces es gratuito e inmerecido.
Olvidar me resulta difícil pero no imposible…lo que me resulta imposible es asimilar la maldad subyacente, disfrazada en un montón de palabras que bien se podrían haber obviado. El silencio es más digno pienso yo…y así actúo.
Dignidad…hermosa palabra, no creen?
Hay personas que dan golpes bajos sin querer y hay personas que hacen de los golpes bajos una costumbre, reinciden una y otra vez sin medir las consecuencias.
Callar es lo mejor y dicho esto…me llamo a silencio, este breve párrafo me ha servido de catarsis, espero que sepan disculpar. Borrón y cuenta nueva.
                                                                                                                  

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